Para comenzar diré que para nada esperaba lo que iban a mostrarnos minutos más tarde; pensé que sería una visita rutinaria donde nos explicarían de qué forman catalogan, el tipo de usuario que les visita, etc. Y nada más lejos de la realidad, pues la visita tomó un rumbo completamente distinto.
En la sala de investigación nos esperaba el director del Fondo Antiguo de dicha biblioteca, Eduardo Peñalver Gómez. Comenzó explicándonos en qué consistía dicha sala: allí se encontraba toda la bibliografía de referencia para bibliotecarios e investigadores, tales como catálogos, inventario de manuscritos, etc. Resaltó con especial interés la posesión del ABEPI (Archivo Biográfico de España, Portugal e Iberoamérica), y nos dijo que debía ser algo como “el padre nuestro” de todo humanista. En el ABEPI podemos encontrar un amplio repertorio biográfico, que ha sido recogido, fotografiado y volcado en microfichas que sirven de consulta para obtener información bibliográfica acerca de autores de España, Portugal e Iberoamérica.
Asimismo nos comentó que para estudiar libros antiguos, debemos trabajar íntimamente con el manual de Antonio Palau, que se ha convertido en una bibliografía general debido al gran volumen de datos que recoge. Este manual se encuentra ordenado por datos y consta de 7 volúmenes de índices de palabras claves. También debemos conocer la “Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII”, de Francisco Aguilar Piñal; consta de 8 volúmenes de la A a la Z, más 2 volúmenes de obras anónimas. En este manual encontramos información básica acerca de cualquier autor.
Acto seguido, Eduardo nos dirigió hacia la parte más alta de la biblioteca. Allí nos explicó un poco la historia de la biblioteca: ésta data del siglo XVI, y su origen estuvo en el Colegio de Santa María de Jesús, fundado por el arcediano maese Rodrigo Fernández de Santaella en el año 1505. Asimismo, la biblioteca posee los fondos documentales del Archivo Histórico Universitario. Una vez creada la biblioteca, ésta recibía el material a través de donaciones en forma de dinero, otras veces mediante libros entregados voluntariamente y en pocas ocasiones se compraban directamente los libros. A partir del siglo XVIII, la biblioteca comenzó a crecer y disponía de obras esenciales sobre cada materia. A finales del siglo XVIII, tuvo lugar la expulsión de los jesuitas de Sevilla y la Universidad se quedó con todos los centros culturales que poseía esta orden, llegando a poseer alrededor de 10.000 volúmenes.
Tras la breve pero esencial presentación histórica de la biblioteca, Eduardo buscó unos guantes y un “sofá” para apoyar los libros que nos iba a enseñar; esto era un claro indicador de que lo que íbamos a ver no era algo que acostumbrara a ver la luz todos los días.
En primer lugar nos enseñó un libro de finales 1874, en concreto era un “Recueil des Planches”, en encuadernación holandesa. Se trata de un conjunto de grabados calcográficos descritos con mucha fidelidad y que muestran distintos tipos de maquinaria empleada por aquel entonces.
El segundo libro databa del siglo XVII. Estaba escrito en pergamino y se encontraba reforzado mediante una cubierta de pasta. Era titulado “Anotaciones y meditaciones”; parte del contenido del mismo era texto, pero principalmente se trataba de una obra basada en grabados calcográficos, de suma importancia para la Historia del Arte.
El tercer libro, también del siglo XVIII, era “Bibliotheca Hispana Vetus”, de Nicolás Antonio. Su encuadernación era en pasta española, la cual es más elaborada y trabajada que la descrita líneas más arriba. Fue impresa en 1787 por Joaquín Ibarra. Su contenido es un poco anticuado, pero se sigue utilizando para localizar libros.
El cuarto libro era realmente un conjunto de distintas piezas literarias que habían sido unidas al antojo del encuadernador; este tipo de libro es conocido como volumen facticio. En él se recoge una relación de sucesos, es decir, una serie de crónicas donde alguien cuenta un suceso. Eduardo nos comentó que eran un precedente de la prensa actual y que al igual que ésta, también mentían continuamente, por lo que su contenido no era fiable al 100%. Como dato curioso, nos comentó que la biblioteca posee alrededor de 8.000 volúmenes facticios.
El quinto libro databa del siglo XVII: Poemas de Tíbulo, Cátulo y Propercio. Era lo que conocemos como una miniatura, cuya letra era diminuta pero completamente legible. Eduardo le dio un término un tanto curioso: elzevirio.
El sexto libro fue el que, personalmente, más me impresionó. En mi carrera posiblemente el nombre de Índice de Libros Prohibidos haya sido el titulo que más hayamos escuchado; y por fin tuvimos la oportunidad de ver uno real. Y no una copia, sino uno original. Con este tipo de libros la Iglesia controlaba la circulación de ideas; para ello estos libros contenían numerosos títulos y autores que estaban completamente prohibidos leer. Vimos que su portada era muy característica, pues ya comenzó la tendencia a decorarla. La extensión de esta costumbre tuvo como principal objetivo el comercio de los libros, siendo en el siglo XVI cuando aparezca una información más precisa y detalla acerca del mismo en la portada.
El séptimo libro era del año 1640, resultado de la expurgación de la Iglesia, que finalmente fue legalizado; su autor era Erasmo de Rotterdam. Con este libro Eduardo nos comentó los distintos tipos de censura que existían: notación aclarando cómo había que interpretar las ideas del libro (por ejemplo los tratados de astrología), tachando, poniendo un papel encima del texto a eliminar o bien arranando directamente la hoja del libro.
El octavo libro era un atlas mundial que poseía un importante carácter científico: “Theatro de la Tierra”, obra que Felipe II encargó a Otelio. Posee mapas calcográficos con mucho detalles.
El noveno libro era del siglo XV, llamado Crónica de Newtenberg, donde pudimos apreciar que los principios de capítulo no poseían letra. ¿Por qué? Porque eran huecos destinados a las letras capitulares que las elaboraba un ilustrador.
El décimo libro era “Hypnerotomaquia de Polifilo”, que poseía grabados del período renacentista italiano, donde posiblemente trabajó Andrea Mantegna.
El último libro fue descrito por Eduardo como la joya de la biblioteca; se trataba de la Biblia de Gutenberg, también conocida como la biblia de las 42 líneas y la Mazarino. Este libro posee varios nombres porque en la época en la que se creó era muy usual describir de forma muy precisa los libros, y por ello se le conoce por diversas nomenclaturas que surgieron de su descripción. Es un libro impreso con gran exactitud y perfección del cual sólo existen en el mundo de unos 20 a 30 ejemplares.
A continuación os dejo un pequeño Power Point donde os enseño imágenes de las reliquias que guarda esta biblioteca en sus entrañas. Desgraciadamente pocos sabemos de su existencia, pero aunque tuvieran más personas constancia de ellos, no sería posible que éstos fueran visitados dada su importancia histórica.
16-11-2009
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