
Para comenzar, diré que Ray Bradbury es uno (por no decir el que más) de los mayores defensores de las bibliotecas hasta el momento (aunque en su versión más tradicional). Ray Bradbury, escritor estadounidense nacido en el año 1920, alza su voz continuamente a favor de la pervivencia de las bibliotecas en su esencia más pura, intentando que se evite la introducción de nuevos recursos como por ejemplo Internet y las tecnologías.
Resalto a este autor en mi blog ya que defiende varias ideas que me han llamado mucho la atención y que considero verdades absolutas. Otra cosa es la forma mediante la cual pretende aplicar estas verdades, donde debo admitir que discrepo.
Una de los conceptos que más eco tiene de este autor es el siguiente:
“No creo en las universidades. Creo en las bibliotecas porque la mayoría de los estudiantes no tienen nada de dinero. Yo me gradué del secundario durante la gran depresión y no teníamos dinero. No pude ir a la universidad, entonces fui a la biblioteca pública tres días a la semana a lo largo de diez años”
Esta frase describe la autentica esencia de lo que es (o debería ser) una biblioteca. La describe como la hemos visto en clase: institución pública y gratuita, donde tienen cabida todas las clases sociales en independencia de su estatus económico, nacionalidad, posición laboral, sexo, etc., poseedora de un conocimiento global y universal que lucha por la alfabetización y formación de las personas. Como dijimos anteriormente, Bradbury no está a favor de Internet y las nuevas tecnologías en las bibliotecas, pero considero que es aquí donde se equivoca, pues ellas harían de las bibliotecas un lugar mejor, más profesional, ofreciendo a sus usuarios una mayor especialización en diferentes conocimientos y posibilitando el acceso a documentos de gran importancia que no poseen y que nutrirían enormemente el conocimiento de las personas.
Tampoco comparto su opinión acerca de las universidades, pues son importantes focos culturales en las sociedades actuales y, según pasa el tiempo, se está consiguiente que su acceso sea menos exclusivo. Bradbury se opone a la privatización del conocimiento, como vemos que ocurre a término medio en las universidades, pues considera (y con razón) que el conocimiento no debe costar dinero ya que es un derecho de todos. El autor puede llegar a pensar que si el conocimiento sólo se imparte en las universidades, habrá un gran número de personas que carezcan de una base formativa por no tener recursos para costeárselo; sin embargo, el propio Bradbury es un ejemplo de todo lo contrario: él fue un joven sin ningún tipo de recursos económicos y, aun así, hoy en día es una gran figura literaria de carácter reivindicativo que se ha creado así misma. Toda aquella persona realmente interesada en formarse así misma puede encontrar los medios para hacerlo. No obstante, debo admitir, que es mucho más fácil para alguien que tiene recursos. Igualmente debo decir que las personas que no tienen un mínimo de formación académica no tienen (por así decirlo) el gusanillo del conocimiento, eso que les incita a saber más y a crecer intelectualmente.
Las universidades son centros complementarios en la formación profesional de un individuo, aunque lamentablemente, estén hoy por hoy prácticamente privatizadas (a pesar de nuchas sean públicas, el acceso a ellas supone un importante desembolso económico). Pero frente a esta situación deben ponerse en alerta las bibliotecas y fortalecer su papel didáctico en la sociedad.
Sin embargo, la inclinación de Bradbury por las bibliotecas no es la misma que siente por Internet y sus servicios.
“Es una distracción. No es real. Está en algún lugar en el aire”

De todas formas, usar estos nuevos métodos de aprendizaje en una biblioteca será completamente opcional, pues podremos decidir la forma de aprender y asimilar la información. Nadie nos puede obligar a leer un libro mediante un juego o hablando con otras personas; siempre podremos ir directamente al texto y sacar nuestras propias conclusiones. Esto es lo que defiende Bradbury, la auto-educación, la selección de nuestro propio conocimiento:
“Yo leí todo en la biblioteca. Todo. Sacaba como 10 libros por semana, unos centenares de libros por año. Literatura, poesía, teatro; todos los grandes cuentos cortos... ¡todos! Me recibí de la biblioteca cuando tenía 28 años. Allí me eduqué. No en la universidad”
Posiblemente por su defensa a la auto-educación, Bradbury esté en contra de las universidades pues, al fin y al cabo, aprendemos lo que nos muestran. Ya depende de nosotros mismos hasta dónde queramos llegar, qué barreras romper y horizontes descubrir. Y para ello están las bibliotecas: son el antes, el durante y el después de nuestra formación profesional y cultural. Siempre deben estar ahí.
Por todo ello me uno a ciertas posturas promulgadas por Bradbury, defendiendo la esencia de la biblioteca como órgano difusor del conocimiento, animándolas desde este pequeño blog a crecer y a ser más ambiciosas.
Por todo ello me uno a ciertas posturas promulgadas por Bradbury, defendiendo la esencia de la biblioteca como órgano difusor del conocimiento, animándolas desde este pequeño blog a crecer y a ser más ambiciosas.
10-11-2009
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